sábado, 9 de junio de 2012

Tonterías rápidas y estúpidas


Eres un adicto a los chicles y has probado todos los chicles que han existido, desde los planos presentados en paquetes de cinco chicles hasta esos de bola que se sirven en máquinas expendedoras de mecanismo simple.

Tienes una novia muy guapa, y a tu novia le gusta mucho que le comas el coño como Dios manda. Ella es adicta al sexo, y ha probado todos los tipos de pollas que han existido, desde las pequeñas presentadas en paquetes de jugador de básquet hasta los inexplicablemente grandes y ruborizantes cipotes de acondroplásico.

El caso es que un buen día estás en tu casa mascando chicle y leyendo una novela de Dostoievski cuando tu novia hace su entrada en escena y se tira en el sofá con violencia, abriendo bien las piernas, con las bragas en la mano. Tú interpretas esos movimientos como una posible invitación sexual por su parte. No puedes asegurarlo porque eres la persona más insegura del mundo, pero te acercas rápidamente a su lado, dispuesto a bajar la cabeza como un esclavo para empezar la comida de rigor.

Es de agradecer que seas un adicto a los chicles, porque hay días en los que a tu novia le sabe el coño un poco raro, algo así como a una agüilla de aceitunas concentrada y tal vez agria; de modo que coges, siempre disimulando, un par de chicles nuevos y te los introduces en la boca para así no tener que lidiar con esa molestia para a continuación empezar a chupárselo. El chicle que tienes en la boca te regala un estallido de fresca clorofila en cada lamida.

A tu novia le gusta mucho la forma en que le comes el coño. Evidentemente lo disfruta, y en ocasiones te agarra la cabeza y te aprieta contra su entrepierna de un modo violento y brusco. En un momento dado, cuando su excitación llega a ciertas cotas de clímax, te pide que le introduzcas la lengua tan adentro como puedas. Tú le obedeces, le metes la lengua hasta sentir cierto dolor y cuando la sacas te das cuenta de que en tu boca no hay el chicle que tenías hace unos treinta segundos. Deduces en ese momento que se ha metido dentro de tu novia y que tienes que sacarlo de ahí de alguna manera, evitando en todo momento que ella se entere, porque sabes perfectamente que eso le cortaría el rollo. Tú amas mucho a tu novia y no quieres que se ofenda: decides meterle dos dedos por el agujero como si la estuvieras masturbando; tienes la esperanza de encontrar el chicle perdido. Rebuscas en su cueva metiendo y sacando los dedos, y en algunos momentos crees llegar a tocarlo. Por desgracia, los movimientos espasmódicos de tu novia, sumados a los de tus dedos, hacen que su coño se contraiga y que el chicle se meta en una zona cada vez más profunda. Resulta terrible esa sensación de impotencia que te invade; es como esa escena de El Templo Maldito en la que la mujer protagonista debe meter la mano en un agujero lleno de bichos para salvar al niño y a Indiana Jones, con la diferencia que el interruptor está en tu cabeza y tiene forma de peligroso chicle resbaladizo.

Cuando te das cuenta que el método de los dedos no solo no ha funcionado sino que ha empeorado las expectativas de triunfo, empiezas a pensar en meterle las tenacitas con las que agarras el bistec en los días de barbacoa, consciente, eso sí, que la idea te puede traer problemas. Te levantas preocupado y te dispones a ir a la cocina, pero tu novia te agarra con una fuerza sobrehumana mientras te pide que le introduzcas el pene con toda la potencia del ser humano, y tú, que tienes menos capacidad de liderazgo que un fóbico social, decides hacer lo que te pide.

Tienes una buena polla, y cada embate provoca que notes el chicle en tu punta. El cabrón ha llegado casi a la pared del útero y podríamos decir que se ha clavado con fuerza en él. 

Cuando terminas, le das un beso en la boca y sacas el pene con un poco de dificultad. Miras hacia abajo y descubres que hay un elástico hilillo de chicle pegado en la punta de tu pene. Ese hilillo te sigue mientras te alejas. La escena podría resultarte casi cómica en otro momento, pero ahora mismo no lo es. Te arrancas el hilillo y, como quien no quiere la cosa, se lo introduces de nuevo en el coño: el mal está hecho, no vendrá de aquí.

Un mes más tarde tu novia coge una infección y muere.




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