viernes, 15 de junio de 2012

Tonterías rápidas y estúpidas 6

Eres un prestigioso pediatra que trabaja en un hospital privado de Londres. Eres muy respetado en tu profesión y has publicado cinco libros de investigación en los que has desgranado con bastante éxito las peculiaridades de ciertas enfermedades aplicadas en niños. Tu profundo ensayo sobre la eutanasia infantil ha creado mucha polémica en toda Europa, pero eso, de algún modo, ha contribuído a incrementar tu fama en el mundo médico.

Un buen día aparece un niño de dos años acompañado de su madre en tu consulta de Pickadilly. Tenían cita concertada de hace dos meses: tienes siempre la agenda llenísima. Se trata de una revisión normal.

Mientras hablas con la madre y le preguntas cosas como "¿El niño duerme bien?" o "¿Tiene problemas con la comida?" el niño se libera de los brazos de su madre y empieza a dar tumbos por la consulta. Tú no le das ninguna importancia porque los niños siempre son curiosos, de modo que sigues escuchando a la madre. Ella se disculpa y le dice al niño que venga, y tú le comentas que no pasa nada. Al fin y al cabo, continúas, los niños necesitan explorar cómo parte de su proceso de crecimiento.

La madre responde a todas tus preguntas con un asomo de duda. Quizás está pensando que es una mala madre por alguna razón. El caso es que todo parece estar bien, pero tienes una ligera intuición de que algo falla. Ya la has tenido otras veces, es la experiencia. Eso sí, sabes muy bien que de momento todas tus intuiciones se han revelado equivocadas, de modo que decirles darle un voto de confianza a tu interlocutora.

La madre tiene unas tetas enormes y va muy escotada. Cada vez que se pone a hablar no puedes evitar bajar un poco la vista y ponerte a admirar esos preciosos y esponjosos senos. Te parecen tan bellos que empiezan a hipnotizarte. A la madre parece no importarle. Al contrario: le gusta que lo hagas. Seamos realistas, eres un joven doctor, listo y forrado.

Mientras tú observas los pechos de la madre y la madre sonríe y tontea contigo, el niño va dando vueltas por ahí, toqueteando todo lo que encuentra. Mira en un cajón bajo, pone la mano dentro. Saca algo de su interior. Es un bisturí.

De pronto oyes unos gritos muy fuertes. Tu vista se separa de los senos de la madre bruscamente, como el sonido que emite un vinilo cuando le quitas la aguja de repente. Cuando descubres de dónde vienen los gritos, te levantas. El niño se está clavando el bisturí en el cuello una y otra vez. La madre grita de terror. La sangre brota del cuello del niño. El niño deja de gritar. La sangre se mezcla con el aire y crea burbujas que salen de su boca y explotan. A los dos minutos, el niño muere en tus brazos. La madre, con las tetas llenas de sangre, besa la cabeza de su hijo mientras lloras. Tú sigues mirándole las tetas. Te sientes mal.

Ese trágico suceso es el inicio de una brillantísima carrera. Ocho meses después publicas un libro que revoluciona el mundo de la pediatría. Es una investigación sólida sobre el suicidio infantil. Después de hacer muchas pruebas a doble ciego, has descubierto que los niños de entre año y medio y tres años tienen un deseo brutal y constante de acabar con su vida. Por eso abren botes de lejía. Por eso ponen dedos en los enchufes. Por eso hacen montañas de peluches para intentar llegar a la ventana. 

En el año 2031 te dan el Nobel.


   

No hay comentarios:

Publicar un comentario