miércoles, 30 de octubre de 2013

NO PASA NADA

Descubre a su madre mirando fijamente una lechuga baby. El niño ha ido a buscar un pack ahorro de latas de atún por encargo de su madre y al volver la encuentra ahí, pasmada, con el tronco ligeramente arqueado hacia adelante y su cabeza apuntando al arcón frigorífico de las verduras. El niño no le da importancia al asunto: su madre estará comparando precios, de modo que deja el atún en el carrito, le da la espalda y empieza a golpear con el dedo a una manzana Golden para escuchar su curiosa resonancia, más cercana a la madera que a la fruta.

El hilo musical del supermercado se interrumpe para que una voz en off pueda anunciar magníficas ofertas en congelados. Unos segundos más tarde, el niño oye una ligeramente irritada voz masculina que está llamándole la atención a cierta señora, y al girarse repara en que, de hecho, el hombre se está dirigiendo a su madre, porque quiere llegar a las ensaladas sin invadir su espacio vital. La madre, ajena a la voz del hombre, sigue en la misma posición que antes. El hijo no tarda en acercarse. Le dice, intercediendo, que el señor quiere comprar una ensalada, pero la madre no contesta: se limita a observar cómo la luz artificial del supermercado, combinada con la del refrigerador, incide sobre una lechuga baby embalada en film transparente. ¿Mamá?

Después de unos diez segundos de profundo e incómodo silencio, el hijo, un poco asustado, le pregunta a su madre si está bien. El señor, que de pronto ha enmudecido, permanece de pie a un metro y medio de distancia con la cara contraída y agarrando, con sus dedos largos y magros, una bolsa llena de plátanos. La madre lleva un buen rato sin parpadear. Al principio, la escena era un poco graciosa -puesto que su madre es de naturaleza fantasiosa y a veces se ve obligada a soportar las burlas de sus seres queridos por pequeños despistes como intentar sorber sopa con un tenedor o atropellar palomas con su coche-, pero ahora, después de haberla llamado con voz trémula y haber tirado repetidas veces de la manga de su abrigo sin haber obtenido respuesta, el ambiente empieza a cargarse de una neblina grotesca. El niño se pone a llorar con cierta timidez mientras tira con insistencia de su manga. Al ver cómo el niño llora e intenta desesperadamente llamar la atención de su mamá, el señor capitula en su intención de comprar una ensalada y empieza a alejarse afligido por el momento, sintiendo mucho no tener el valor de invadir el espacio vital de su atractiva madre, debido a una timidez congénita con el sexo opuesto que nunca ha podido superar. 

Agarrada con su mano izquierda a los hierros del carrito, la madre ni tan siquiera se mueve al recibir los tirones y empujones de su hijo, que cada vez son más fuertes y parecen decididos a romper el imperturbable centro de gravedad que la mantiene estática. Es como si alguien la hubiera rellenado con cemento y bajo sus pies tuviera unos tubos metálicos clavados en tierra, cuyo final se encuentra a muchos metros de allí, en un subsuelo atestado de apestosas ratas y cucarachas.

Mientras ocurre todo esto, la gente, alertada por un llanto y gritos crecientes, ha formado rápidamente un corro alrededor de la madre y el niño. Durante los primeros cinco segundos han sido espectadores dudosos, partícipes silenciosos de la emergencia. A la mayoría de ellos, el niño les causa la misma impresión rompedora que si estuviera pidiendo dinero descalzo en una calle transitada, con la palmita de su mano extendida y los ojos nublados por las lágrimas. Muy pronto, más de un curioso da el primer paso y empieza a tocarle la espalda a la madre al grito de señora, ¿está bien, señora?, mientras un hombre muy fuerte intenta abrir dedo a dedo la mano que está agarrada al carrito. Pero es imposible: la mujer está petrificada y con los ojos abiertos. Resiste cualquier golpe sin que su posición varíe. Es en ese momento cuando una tercera voz empieza a reclamar, entorpecido por una canción de Shakira que suena en el hilo musical, que alguien llame a una ambulancia, porque ha descubierto que del centro de las nalgas de la madre ha empezado a brotar alguna clase de líquido que casi traspasa la gruesa capa de sus tejanos. El líquido no tarda mucho tiempo en deslizarse por las perneras del pantalón y empieza a invadir el suelo. Una mancha de sangre se extiende bajo los pies de la madre mientras la voz en off habla de un paquete de doce latas de San Miguel a cinco euros con diez, y todos los ahí presentes empiezan a asustarse de verdad y una mujer mayor se tapa la boca con las manos mientras emite un sordo Virgen santísima; y entonces aparece de la nada una chica joven, y la chica joven abraza al niño, que ha empezado a gritar de una forma muy aguda al ver toda esa sangre saliendo del ano de su madre petrificada en plena elección de una lechuga baby, y la chica se lo lleva unos metros más allá, corriendo lejos de todo mal, diciéndole al oído que no pasa nada, no pasa nada, no pasa nada.

miércoles, 23 de octubre de 2013

GYNECOLOGIC EXAM

El médico la está mirando fijamente, sentado en su silla acolchada tras el escritorio. En el simple escritorio de madera contrachapada hay una pantalla plana de un ordenador -de las primeras pantallas planas que existieron, es decir, de quince pulgadas y totalmente cuadrada- y varios papeles esparcidos por su superficie, en su mayoría informes de otras pacientes y varios cuadernos de recetas. Un calendario de papel redondeado lleno de bolígrafos y clips reposa justo al borde de la mesa, y ella lleva pensando durante un rato que no tardará mucho en caer, a juzgar por los torpes movimientos del médico, que aún la está mirando fijamente y poniendo una expresión muy paternal, como si sólo estuviera pensando en formas de mejorar su bienestar.

En un momento dado, el médico se incorpora un poco y le dice que el Ministerio de Sanidad ha decidido que no puede pagarle la operación de aborto que ella, unos días antes, decidió solicitar. A continuación, prosigue el médico, le informa de que estará habilitado a realizárselo si le abona al Estado una cantidad de cuatrocientos cincuenta euros. La chica hunde un poco la cabeza entre sus hombros y, tras posar su mirada otra vez sobre el calendario con un triste rictus en la boca, le comenta que no tiene ese dinero porque hace dos años que no trabaja, y que decidió interrumpir su embarazo porque no cree que pueda encontrar trabajo pronto. El médico, acostumbrado a esa respuesta, mueve la cabeza afirmativamente durante unos instantes, se lleva la mano a la boca y se acaricia el labio inferior.

La mujer le pregunta si no hay otra opción posible, y el médico, después de mirarla durante unos instantes, le dice que sí. El Estado, empieza a decir, quitándose una lagaña del ojo, tiene en cuenta la situación de las mujeres sin ingresos que vienen a interrumpir su embarazo, y por esa misma razón, el Ministerio de Sanidad contempla una medida extraordinaria y sin precedentes. Ella, un poco más calmada, le pregunta cuál es y él responde, titubeando un poco y no sin cierta vergüenza, que la medida consiste en colocar una cámara fija justo delante de la camilla donde tiene que tumbarse ella, grabar lo que vendría a ser una revisión ginecológica normal en la que él le introduce aparatos médicos por la vagina y a continuación subir el contenido de la grabación a una web pornográfica. La web, a cambio, le abonará el dinero correspondiente al Estado para realizar el aborto.

Tras estas palabras, la chica empieza a esbozar una leve sonrisa que a los pocos segundos, tras comprobar cómo el médico se levanta, saca una handycam del cajón y la coloca encima de un trípode que ha recogido de dentro del armario, desaparece para convertirse en una maraña de lloros y gemidos. Le dice al médico que no es una puta. "No soy una puta", dice. "No tengo nada que ver con una puta", replica. Y el médico le dice que ya lo sabe, que es perfectamente consciente de que ella no es una mujer que normalmente aceptara dinero a cambio de mostrar sus genitales a todo el público que esté interesado en vérselos, pero que se han dado una serie de desafortunadas circunstancias y que por lo tanto no le queda más remedio que aceptar el trato o salir por esa puerta y no volver a entrar nunca, a no ser que sea con un niño en brazos.

El médico parece tan afectado como ella cuando saca del otro cajón unos papeles grapados con el escudo del Ministerio de Sanidad y el logo de la página pornográfica. "Es el contrato", dice, mientras a su vez le da un pañuelo para que seque sus lágrimas. "Tiene que firmar aquí y después aquí", le señala con el bolígrafo.

Esa noche, la chica enciende su ordenador. Aún está temblando. Ha estado toda la tarde tirada en la cama, dando vueltas. Mientras se toma su cuarto alprazolam en lo que va de día, entra en la web pornográfica que compró su grabación, introduce las palabras "Gynecologic Exam" y pulsa la tecla enter. Entonces aparece, en primera página, su cara y un primer plano de su vagina abierta con lo que parece ser un catéter debajo. El archivo tiene como título "Spanish Whore Shows Her Pussy To An Old Doctor And She Loves It". 

"She's a fucking bitch", añade el comentario de un espectador anónimo.