miércoles, 6 de noviembre de 2013

LA DESGRACIA SE MIDE EN PATAS

Se convirtió en una cucaracha gigante mientras dormía, y al despertar vio su vientre laminado y brillante. Esa sensación de terror que nació en su estómago no era causada sólo por el hecho de ser un gigantesco y asqueroso insecto, sino por haberse convertido en la copia de un famoso cuento de Kafka, y encima del más conocido, se estuvo repitiendo en voz baja. ¿No podría estar viviendo en una jaula de circo? Al menos habría salvado las apariencias ante el público de más baja cultura. ¿No podrían haberlo condenado a morir atado en el centro de una cruel y colosal máquina tatuadora de crímenes?

Mientras aprendía a mover sus múltiples patas, no dejó de sufrir ni por un segundo las implicaciones que su transformación representaba: se había visto rebajado a un nivel muy modesto del imaginario popular. Tras haber ganado el estatus de cucaracha Kafkiana, ninguna persona con dos dedos de frente pensaría que él, de alguna forma, tenía algo nuevo que decir. Eso, sin duda, sería el fin de su carrera como artista. Se imaginó a personas calvas con gorra de niño antiguo y dilataciones en las orejas burlándose de él. No me digas nada: dentro de un rato una ballena blanca excepcionalmente grande te va a arrancar una de tus patitas, y eso te cabreará tanto que querrás vengarte de ella.

Su vida se iba a convertir en una mierda. No es que su vida antes del suceso fuera muy feliz, al contrario; pero ahora llegaría a nuevas cotas de desgracia que no sólo lo afectarían como persona con sentimientos, sino como concepto.

Siendo perfectamente consciente del panorama que le esperaba, decidió encerrarse en el armario de su habitación hasta morir de inanición. Los espacios reducidos, oscuros y llenos de recovecos, antaño desagradables para él como ser humano, habían adquirido el nivel de posibles refugios, tal y como ocurría en el mismo cuento. Eso, como es evidente, le asqueó aún más, puesto que no sólo era objeto predecible de la historia: ¡incluso la guía de su comportamiento ya había sido meticulosamente editada y archivada!


En un intento por recobrar la esperanza, empezó a pensar que en el mundo había miles de millones de humanos y que todas sus historias y desgracias, de alguna forma, se parecían un mucho entre ellas. En cambio, de personas convertidas en cucaracha gigante, sólo habían dos: una era nuestro protagonista y la otra procedía de la ficción. La alegría de aquél pensamiento que de golpe lo convertía en un ser más o menos extraordinario duró poco, puesto que la condición de ser humano para él mismo llegaba, durante la mayor parte del tiempo, a hacerse invisible. El ser humano físico -exceptuando unos pocos casos de deformidades y otras peculiaridades físicas extremas- estaba condenado a no destacar por sí mismo en nada radicalmente distinto y, por lo tanto, no podía tachar a otra persona de ser humana utilizando ciertas connotaciones críticas. Un ejemplo de ello podría ser la gente calva. Hay millones de personas calvas en el mundo, pero si de pronto apareciera alguien cuyo "pelo" son serpientes, todo el mundo diría es Medusa, sé su nombre, así como toda su historia de memoria: qué poco interesante resulta todo esto si lo miramos con perspectiva, se lamentaría la víctima antes de morir petrificada. La ficción era tan palpable que uno la veía normal sin que nunca lo hubiera llegado a ser: convertirse en un plagio del famoso bicho de Kafka, aunque sólo existiera como tal nuestro protagonista, lo hacía paradójicamente menos extraordinario que una persona anónima.

3 comentarios:

  1. acaba usted de rizar tanto el rizo que me he quedado sin palabras. además, si ya está todo dicho/hecho, para qué voy a opinar yo. vamos, que me ha gustado mucho esta nueva versión de kafka, aunque no pretendiera serlo. o sí.

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  2. La paradoja cobra vida cuando se habla del sucedáneo de algo extraordinario. Porque se mezclan dos conceptos opuestos: único y múltiple. La copia de un ser único no es nada, no tiene ningún valor (como el protagonista de esta historia), es menos digno que el original de un ser múltiple. Es decir, un Picasso falso es menos interesante que el cuadro que pintó ayer en su casa mi vecino Pepe.

    El arma de un talento para defenderse de otro talento es el recelo. El recelo entendido como la sensación opuesta a la resignación artística. Solo así se evita la metamorfosis. Solo así se salva uno de convertirse en mediocre plagiador o cucaracha Kafkiana. Aunque esto evidentemente no es voluntario.

    Los genios tienden a mirar por encima del hombro, quizás porque saben que sus hombros son meros puntos de apoyo, plataformas huesudas que servirán de catapulta para los genios futuros, que saltarán más alto o más bajo, pero siempre más.

    El mismísimo Salvador Dalí confesó a cámara antes de morir que él no tenía por qué hacerlo, que como genio que era se había ganado el derecho a sobrevivir (y eso es lo que ha hecho a través de su obra) pero desgraciadamente él en esos angustiosos momentos no se refería más que a la literal inmortalidad de sus células. Sinónimo de que su genialidad se estaba apagando por completo.

    El arte debe ser consecutivo. Si no, no es nada.

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  3. Realmente leerte me da la vida y me la quita. Eres increíble, y lo que más aprecio de leerte es que sepas transmitir muchos de los pensamientos que tengo. Muchas gracias.

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