lunes, 11 de noviembre de 2013

LA PICADURA

La mujer, justo cuando el tendero va a darle el cambio, nota un pinchazo que arrastra un sentimiento de euforia. Esa euforia le nace de algo que ella se atrevería a nombrar alma. Es como si de repente sintiera un clic y la realidad se viera iluminada por un foco potente y cegador que revela, al acostumbrarse sus ojos a la luz, un mundo más íntimo, conectado y bueno. En esas ocasiones juraría que cree en Dios, puesto que las lágrimas empañan ligeramente las comisuras de sus ojos y todo le parece tan factible y sencillo que hasta carece de importancia. Así es como la mujer suele notar que se acerca un ataque epiléptico, de la misma forma que tú sientes esa ligera picazón en la nariz, con su posterior sensación de ingravidez, durante los instantes previos a un estornudo.

El periodo de euforia epifánica sólo dura unos cinco segundos. Agotada esa prórroga, la mujer se desplomará y empezará a sufrir unas convulsiones visualmente terribles. Procura, imbuida en esa euforia de la que hablamos, sentarse en el suelo para minimizar el riesgo de caer y darse un golpe en la cabeza. Esos escasos cinco segundos de felicidad plena son una cantidad suficiente e incluso generosa, porque el tiempo parece transcurrir a cámara lenta y el momento del desplome, incluso a una risible porción de segundo de su llegada, parece muy lejano y borroso.

Imagínate entonces toda la belleza que precisamente ahora está inundando su cuerpo, pese a ser totalmente consciente de la minúscula muerte que sentirá al perder el sentido, sabiendo que va asustar a toda la gente que hay a su alrededor cuando se sucedan los periodos convulsivos, gente ahora sorprendentemente bella y alegre a ojos de la mujer, que no va a sonreír mientras te mira.

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