miércoles, 13 de noviembre de 2013

TRILOGÍA DE LOS VIAJES: LA MAYOR PARTE DE SUS FANTASÍAS SE HACEN REALIDAD

Ha sudado sangre para pagarse ese viaje a la India. Ha trabajado durante varios años en puestos de trabajo parcialmente humillantes, dejando un porcentaje de su austero sueldo en una cuenta corriente blindada. Se ha dormido pensando en la India, y lo ha hecho en camas chirriantes, en los pisos más sucios y baratos que ha encontrado. Ha soñado en colores inexplicables para otras latitudes, se ha obsesionado con los puntos rojizos de esas frentes mayoritariamente secas y ha imaginado que les pasaba la mano por encima para asegurarse de que no provenían de un lejano puntero láser.

Y ahora está allí, en el avión, miradle: casi está aterrizando en Nueva Delhi. Su cabeza está pegada a la ventanilla, viendo como las minúsculas edificaciones, casas y chabolas van creciendo de tamaño para convertirse, finalmente, en cosas reales. Las ruedas del avión ya están pegadas al suelo, madre mía, el traqueteo es muy fuerte y más de un pasajero piensa que va a morir mientras pone una mueca deformada, pero el avión ha posado con éxito a todos esos turistas y a nuestro protagonista en la capital mundial del exotismo. Qué lejanas le resultan ahora las frías noches comiendo salchichas procesadas: es como si nunca hubieran existido.

En el aeropuerto recoge sus maletas. Las compró expresamente para el viaje, asegurándose de que fueran chillonas para poderlas ver bien: así, si alguien se las intentara robar, podría verlas desde una distancia lejana. Afortunadamente todo sale bien, y cuando llega a la salida del aeropuerto se encuentra con una mujer bajita con el cartel del hotel que ha contratado, uno muy caro y exclusivo llamado Rashaman Palace, situado en lo alto de una colina florida y verde, un paraje del que sobresalen ruinas de civilizaciones edificadas sobre las anteriores en un intento de erradicarlas.


Muchos de los pasajeros con los que ha compartido avión también se acercan a la mujer bajita con el cartel, y cuando la mujer -cuyo inglés es simplemente perfecto- se cerciora de que todos los integrantes de la lista están con ella, les invita a subir al autobús verde que tienen enfrente.

Durante el viaje, el autobús recorre avenidas atascadas por una marea de coches que él no ha visto en su vida, y calles atestadas de gente que grita mucho para todo. En uno de esos constantes atascos, una jauría de niños descalzos empieza a golpear el autobús con las palmas en alto, y alguna turista de edad avanzada siente como la aguja de su atrofiado maternómetro se sale de los niveles normales. Animan al conductor a que abra la puerta del autobús y los niños entran sonriendo, pero siempre gritando, y empiezan a pedir dinero. Algunos turistas, sonrientes y acaramelados, responden a las súplicas y abren sus carteras. Nuestro protagonista también lo hará: comprende que darle dinero a esos niños es comprar un souvenir para el alma, uno indeleble y ajeno al paso del tiempo. Le da un billete a una niña preciosa. Lleva una muñeca de trapo en la mano y una bonita trenza que llega hasta su ombligo. El acto de dar dinero es tal y como lo había imaginado.

Un rato más tarde, habiendo dejado atrás uno de los bordes de esa gigantesca ciudad, se abre ante ellos la colina. Es más bella de lo que podría parecer en las fotografías: el sol de poniente inunda un costado de los árboles, enroscados como un nudo. Es un quiste que sobresale, solitario, en la llanura de una espalda. En el desvío para acceder a la base de la colina hay una valla custodiada por un hombre. El hombre está sentado en su garita, leyendo el periódico. El conductor mueve la mano en señal de saludo, y el vigilante responde levantando el brazo articulado que les impide el paso. Mientras nuestro protagonista enfila la colina verde, se pierde en bellos y exóticos pensamientossin ser consciente de que antes de llegar al Rashaman Palace el autobús ha tenido que cruzar otras tres vallas cada vez más protegidas, y que esta noche cenará -entre otras cosas- salchichas procesadas, rodeado de alemanes grasientos, mientras unas mujeres bailan al ritmo de los tambores.

11 comentarios:

  1. "[...] comprende que darle dinero a esos niños es comprar un souvenir para el alma, uno indeleble y ajeno al paso del tiempo."
    Mi gusta esto. Mi ha hecho recordiar ese texto de Borges llamado "The unending gift".

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    1. Yo también creo que es la mejor frase del texto. Al final somos regalados al niño.

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  2. "El acto de dar dinero es tal y como lo había imaginado."
    Frase genial.

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  3. Coincido en que la parte del souvenir para el alma es la mejor. Muy bien, siñor.

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    1. Con ironía y mal rollete incluído. Lo escribí por esa frase. Gracias, signiorina.

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  4. Me dio por entrar a tu blog hace poco y la verdad es que mi impresión fue bastante buena, sinceramente. Me gusta tu estilo, tal y como lo esperaba después haberte leido tanto en twitter.
    Esta historia es más suave y menos cruda que el resto(dentro de todo), y la parte del "souevenir para el alma" es de lo mejor, como todos coinciden.
    Por cierto, ¿sería posible leer la historia que borraste? La verdad es que tengo mucha curiosidad, pero también entiendo si no quieres mostrarla de nuevo.
    Un saludo, Loving.

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  5. De hecho creo que es la más cruda que he hecho*. Lo que pasa es que fui eliminando las partes de rabia pura hasta que todo fuera muy sutil. Pero me salía espuma de la boca, mientras tecleaba.
    Ah, lo que borré no es ni una historia, pero la pondré un ratito para que la veas.

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  6. Gran relato. Porque conmueve, inspira y te hace sentir lo de siempre pero de manera diferente. Justo como la vida.

    Ah y muy bueno lo del puntero láser jajaj

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  7. Hola Loving!siempre ha sido un placer leerte en twitter y ahora que he descubierto tu blog lo es aun mas

    Un saludo y gracias!!

    Kiko Roy

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