martes, 10 de diciembre de 2013

EL ESFUERZO

Después de estar unos segundos dudando entre seguir caminando por la avenida o usar el callejón para ahorrarse tres minutos de trayecto, el hombre de mediana edad, que viste una americana con corbata gris y lleva un maletín, decide correr el riesgo y elige la segunda opción mientras mira su reloj con nerviosismo, un antiguo Casio que días atrás encontró en el fondo de su armario y hoy ha decidido ponerse por ironía. Quizás pueda llegar puntual al trabajo, se dice animadamente mientras inicia la marcha a paso rápido por el estrecho callejón lleno de pintadas y basura, cuyos altos edificios colindantes impiden que gran parte de la luz solar llegue a nivel del suelo, sumergiendo el lugar en una ligera penumbra que poco a poco se va intensificando.

Desgraciadamente, a unos diez metros del peatón y sentado en el primer peldaño de unas escaleras de emergencia, está esperándole un atracador con una navaja en la mano. 

Llegados a este punto, no hace falta decir que la elección del hombre con prisa va a ser una clara equivocación. Él aún no es consciente de ello, aunque de alguna forma lo haya podido imaginar -como algo muy lejano en el espacio y casi onírico- mientras tomaba la decisión. Ahora veremos, sin poder hacer nada al respecto, cómo el hombre llega al punto de no retorno; lugar en el que el atracador decidirá levantarse, llamarle la atención, preguntarle alguna estupidez del tipo ¿Sabes quién es Pikachu? para despistarlo y a continuación empujarlo de un golpe seco contra la pared más cercana, enseñándole su arma. 

Un ligero pinchazo en la barriga le hace darse cuenta de lo que está pasando. Está en un callejón y un hombre que parece estar muy nervioso quiere robarle sus pertenencias a punta de navaja. Lo primero que se atreve a decir es que no lleva absolutamente nada de valor encima, mentira obvia que rápidamente es contestada por el atracador con una pregunta acerca de si quiere morir apuñalado o no. Pasados unos pocos instantes de terrorífico silencio, el atracador empieza a meterle la mano libre en los bolsillos en busca de su cartera, acertando en el segundo intento. Cuando el atracador ya ha guardado en su chaqueta ochenta euros y un smartphone caro que encontró en el primer bolsillo, pregunta por el maletín. Los maletines de ejecutivo siempre tienen cosas de valor, musita. El hombre del reloj Casio responde, con voz temblorosa, que en su maletín no hay nada de interés. Es entonces cuando empieza un forcejeo: el hombre, paralizado por el shock, se ve incapaz de soltar su maletín. La situación se va volviendo cada vez más tensa. El atracador grita, amenaza, tira del maletín y le da un bofetón al hombre, y luego otro, pero la víctima no suelta el maletín de ninguna forma. Llega un punto en el que la situación se vuelve comprometida para los dos. ¿Acaso no me está tomando en serio?, se pregunta para sus adentros el atracador. ¿De veras cree que no tengo cojones de clavarle la navaja? A los pocos segundos, cansado de tener que aguantar sus propias arengas, se le pone la vista borrosa y le clava la navaja en el vientre y luego en la femoral. El hombre, al notar cómo la navaja entra en sus carnes y le perfora el intestino y más tarde el muslo, emite un grito sordo y cae al suelo. El otro, consciente de lo que ha hecho, se aparta y se queda mirándolo en silencio.

El hombre, con pequeños espasmos, se lleva la mano al vientre y luego la observa manchada de sangre. Es entonces cuando dice un estoy perdiendo sangre. Lo extraño de la situación, advierte el atracador, es que no lo dice en el tono asustado del que ha sido herido de gravedad, sino con un enfado considerable. ¡ESTOY PERDIENDO SANGRE, JODER!, repite el hombre, muy contrariado por la noticia. ¿Tú sabes lo que le ha costado a mi cuerpo producir toda la sangre que ahora estoy perdiendo?, le pregunta de pronto al atracador. Mucho. Muchas semanas, se responde. Esta sangre es mía. Sus ojos empiezan a llenarse de lágrimas mientras un borbotón de sangre negruzca sale de su pierna y cae en el suelo. ¿Eres consciente del esfuerzo que ha supuesto para mi cuerpo el hecho de fabricar toda la sangre que ahora estoy derramando? El atracador mueve la cabeza negativamente mientras se aleja un poco más de la escena. Esta sangre me la he ganado con el sudor de mi frente. Toda esa producción incansable de sangre, ¿para qué ha servido? El hombre tira de su maletín, lo abre y después lo vuelca: decenas de papeles sin valor alguno para nadie caen y empiezan a volar por el callejón. No ha servido para nada. Ahora no soy un recipiente de sangre válido, exclama con rabia y tristeza mientras empieza a recoger, haciendo una forma de recipiente con sus manos, la sangre que está perdiendo para después echarla en el interior del maletín, que está abierto a su lado, repitiendo el proceso una y otra vez, como el marinero que achica agua de un barco que se hunde con la única ayuda de un cubo. Lo hace sin pausa hasta que muere desangrado minutos más tarde, incapaz de llenar más un maletín hasta los topes de la sangre que afortunadamente ha podido salvar.

6 comentarios:

  1. Tal vez pueda aportar algo más que el comentario anterior. ¿Dos pollas? Es una opción. Pero diré, sin embargo, que me gusta la idea del hombre que valora el esfuerzo de su cuerpo por producir sangre. Ahora bien: ¿hacía lo mismo con la orina, que no deja de ser un filtrado de sangre? Hay un doble esfuerzo en la producción de orina: la generación de la sangre primero, y el filtrado de la misma después. ¿Podemos suponer que en su casa había no ya maletines, sino maletas, baúles enteros, un sótano lleno, quizás, de su preciado líquido dorado? Estamos ante un hombre que sabe valorar las cosas aparentemente sencillas de la vida, que, en el fondo, son siempre las más importantes.

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  2. ¡Tres pollas! Es un muy buen comentario. Puestos a decir, el proceso podría continuar a lo grande: botes de uñas, centenares de maletas, botellas y jarrones llenas de orina -tienes razón en el hecho de que conlleva un gran esfuerzo, más incluso que el de fabricar sangre-, pelo envasado en latas que guarda, apuntando la fecha con un permanente, en las estanterías de su sala de estar, muchas heces resecas en el desván...
    ESO SÍ QUE ES UN AUTÉNTICO CULTO AL CUERPO, y no ponerse cachas en un gimnasio.

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