lunes, 27 de mayo de 2013

DISFRUTAR




Y es en este preciso instante cuando el hombre de cincuenta años bien vestido, con su corbata y su americana a juego, se sienta en el sofá de su casa y enciende la televisión, una de esas nuevas Smart TV que te permiten seleccionar todo aquello que quieres ver y te lo guardan en caso de que tengas horarios apretados o quieras dedicar tu atención tan sólo a un tema.

Esta mañana ha abandonado su casa a las siete y media de la mañana y ha estado entrando y saliendo de las distintas sociedades anónimas de las que se convirtió en accionista durante los años del segundo gran Boom de las telecomunicaciones. Ha hurgado en las opiniones de sus correspondientes juntas directivas, que poco a poco, según recuerda y comenta, se han ido convirtiendo en clubs para selectos hijos de puta; y hasta las diez y cuarto de la noche no ha podido sentarse en ese sofá con la intención de relajarse y encender, como estaba diciendo antes, su preciada televisión.

Agarrado a su mando y después de ver un breve resúmen diario sobre el estado de la economía mundial en la CNN, decide abrir el disco duro y darle el play al primer archivo de la lista, que es bastante pesado y tiene unas ocho horas de duración.

En el archivo en cuestión aparecen imágenes de tragedias grabadas por distintos medios de comunicación y entrelazadas con otras. La primera tragedia de la larga lista de tragedias es la matanza de miles de refugiados congoleños a manos de una facción paramilitar muy ligada al gobierno opresor del propio país. En ella se muestran varias montañas de cadáveres de mujeres y niños siendo retirados por un regimiento de Cascos Azules de la ONU, enviados para mantener el Statu quo de la zona y asegurar el correcto abastecimiento de diamantes a los grandes especuladores y multinacionales.

La primera vez que descubre su afición a ver desgracias ajenas está sentado en el coche familiar con su hermano. Él tiene cinco años y su hermano siete, y ambos están esperando a que su madre vuelva de hacer una breve compra en el mercado. Cuando la madre aparece y se sienta en el coche, después de mirarse durante unos segundos en el retrovisor, le da una piruleta de fresa a nuestro protagonista como premio a su buen comportamiento. En ese momento su hermano empieza a reclamar otra piruleta para él alegando que no es justo que el enano tenga una piruleta y él no, pero la madre le responde que no va a llevarse ninguna golosina a la boca hasta que el dentista no le haya tapado las cinco caries que tiene. El hermano se pone a llorar y a gritar, y cuanto más grita el hermano, más consciente va siendo nuestro protagonista de que tiene algo deseado en la mano. La madre le propina una bofetada al hermano, y el hermano llora más fuerte, y la madre le propina otra. El placer obtenido en cada lamida mientras ve la escena de las bofetadas con los ojos muy abiertos no hace más que crecer y crecer. Para ser feliz, se susurra entonces a sí mismo, no le basta con que las cosas le vayan bien: necesita que los demás se ahoguen en el barro.

La segunda tragedia de la larga lista de tragedias tiene como protagonista una evacuación de resíduos químicos altamente tóxicos en cierta zona rural de la India durante los años setenta que ahora, más de cuarenta años después, provoca que las nuevas generaciones de niños nazcan con tres cabezas y otras horribles deformidades, en algunos casos mortales y casi siempre portadoras de retrasos mentales profundos.

Si alguien se acercara a él y le preguntara si disfruta viendo esas horribles escenas en la televisión, nuestro protagonista lo negaría todo, tachando al que lo hace, si resulta que hay alguien lo suficientemente enfermo para hacerlo, de loco de remate. Pero ahí le tenemos, sentado en el sofá, con los pantalones bajados hasta los tobillos, oculto en su más profunda intimidad, echándose lubricante en la mano y masturbándose mientras ve miles de árboles caer, casas destruidas y gente gritando de dolor al son de sus viscerales risas, de su felicidad creciente al saber que otros sufren y él, por fortuna, ha tenido una vida feliz y plena, y está disfrutándola como nadie la disfrutaría jamás.

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