miércoles, 24 de abril de 2013

XV ENTREGA DE PREMIOS A LA BONDAD TOTAL

Todo preparado”, dice el regidor.

La presidenta se levantará y se dirigirá al escenario con los aplausos de los asistentes retumbando de fondo. Subirá las escaleras del escenario y girará levemente el tronco cuando salude al público con un movimiento de mano muy ensayado, a caballo de lo informalmente tímido e inesperado. Le dará dos besos a cada uno de los señores del jurado. El presentador de la entrega de premios cogerá a la presidenta por la cintura y la guiará de cara al público. En ese momento la presidenta volverá a saludar, esta vez con una gran sonrisa. Alzará la mano izquierda, y el hombre calvo la derecha. Durante unos segundos parecerán una W. Finalmente se separarán.

El hombre volverá a su asiento correspondiente con el resto del jurado. La presidenta hará un paso adelante, se acicalará la campanilla con un rítmico tosido y dará las gracias.

Las luces se apagarán. El proyector de la pared se pondrá en marcha. Su cabeza quedará iluminada mientras las imágenes empiezan a rodar. Sus gafas de fina montura brillarán tanto como su pelo corto y gris. Es una mujer progresista.

En la proyección aparecerá:

  1. Un niño negro muerto de hambre.
  2. Una cabra paupérrima.
  3. Una mujer con las tetas muy caídas.

Si nos fijamos en la esquina superior derecha del vídeo que estará siendo proyectado en el fondo del escenario, podremos ver el logo de la ONG que la mujer preside. Es una bola naranja con una elipse abierta en su tramo más bajo. Uno no tiene que ser un genio para adivinar que simboliza una persona con la intención de abrazar algo que el logo no termina de especificar, probablemente un niño. Todos han pensado que la banda sonora de Gladiator, más concretamente la exótica pieza que también salía en los anuncios de Ferrero Rocher, resultará perfecta para aliñar de dramatismo el vídeo de cabras, mujeres y niños sufriendo.

El público se preguntará por qué los niños africanos tienen la cabeza tan grande y la barriga tan hinchada. Si tienen la barriga tan hinchada, pensará la duquesa, que se encuentra en primera fila, es porque empiezan a estar bien alimentados. Mientras la rica espectadora sigue pensando, todos a su alrededor estarán deseando una buena copa de champán, porque la entrega de premios resulta ser algo aburrida, a decir verdad.

El silencio será tan profundo que se confundirá con la oscuridad de la sala de actos. Si miramos más allá del niño negro que aparece en el vídeo, descubriremos la silueta paciente de un buitre, pero el detalle es tan pequeño y momentáneo que nadie lo tendrá en consideración.

Cuando el vídeo termine, la presidenta de la ONG se pondrá a contar historias trágicas. Hablará de una mujer que pone la olla al fuego y la llena de piedras y agua porque la visión de una cena imaginaria que nunca llegará calma a sus hijos.

Gracias a la ONG que preside, dice la presidenta, esa gente tiene otro día de vida. Los críticos de la complejidad pensarán que dentro de ella hay una máquina destinada a remarcar cada pocos segundos la salvación que suponen las acciones de los socios para todas esas almas. El público, muy bienestante, alzará un poco la cabeza y la moverá afirmativamente, orgulloso. Quizás aplaudirán. La presidenta seguirá hablando de señores de la guerra que abren las barrigas de las embarazadas. Hay mucha sangre en la mente de esa mujer. Hablará de cómo levantan sus cabezas en dirección a la iglesia mientras disparan sus subfusiles. De cómo el dinero que todo el público envía eventualmente a los pequeños pueblos perdidos del interior del Congo tarda cuarenta y ocho horas en salir del pueblo porque está en manos de los insurgentes armados.

La sorpresa de la noche será la llegada de un niño que la propia ONG ha traído desde el culo del mundo para que acuda a la XV Entrega de Premios a la Bondad Total, porque el público bien estante tiene derecho a verle la cara a la miseria. El niño tiene la cabeza tan grande y su mirada transmite tanta pena que algunas mujeres no pueden evitar bajar la mirada y ponerse tiernas. Seis, siete o quizás ocho años, tiene el niño. Es una edad perfecta: son lo bastante pequeños y flacos como para inspirar compasión y, a la vez, son lo suficientemente grandes como para tener conciencia de su trágica situación, lo que imbuye de realismo su cara. Hay mujeres sentadas entre el público bien estante que en algún punto de su imaginación más profunda están cogiendo al niño y dándole leche de sus propios senos, pero es un pensamiento tan primigenio que ni tan sólo llegan a intuirlo.

El niño subirá las escaleras del escenario. Sus chancletas golpearán la madera noble. Cuando el niño mire atrás se dará cuenta de que las mujeres se lo quieren comer con los ojos y que los hombres le observan con una sonrisa en los labios. Hoy en casa habrá paz. Hoy todo ese público bien estante se sentirá héroe de un mundo solidario. 

Podrían haber vestido al niño como Dios manda. Allá fuera hace un frío impresionante, pero el uniforme del hambre no debe ser removido en ningún momento. No se sacará ni a golpes de martillo. Es algo que se tiene que señalar en todo momento, opina el secretario general de la ONG: todo el mundo debe saber que han traído a un niño pobre, y que ese niño pobre es real.

A siete mil kilómetros de aquí, hace no muchas horas, hay una cola de niños delante de una tienda de campaña. De dentro sale un hombre con una cámara de fotos colosal. El niño que ahora saluda desde el escenario resulta ser el seleccionado durante el cásting realizado en el interior de la tienda de campaña: no es ni muy pequeño ni muy mayor, tiene unos ojos grandes y negros. Por otro lado, se nota que carga mucho sufrimiento a sus espaldas. Es verlo, abrir el monedero y empezar a tirar billetes al suelo. El violín más pequeño del mundo suena, en momentos como este, extremadamente afinado.

Habrá un abrazo efusivo entre el niño y la presidenta. La presidenta se agarrará al niño como si fuera un salvavidas. Ahí se esconde el leitmotiv de la caridad, y es increíblemente estable. Pesará veinte kilos, pero os aseguro que ni la más grande de las bombas alteraría la forma en que la presidenta se agarra a él. El niño no cambia la expresión porque le han dicho que no es recomendable: es, será y por encima de todo debe ser la imagen de los duros tiempos.

Más tarde, las luces se encenderán y una mujer de cincuenta años con medio kilo de joyas encima se acercará a ellos dos, a paso de boda, con un trofeo en la mano derecha y un diploma a la izquierda. La presidenta cogerá el trofeo durante unos segundos y después mirará al niño. Mirará al niño y le dirá que, en verdad, el trofeo es suyo, porque los niños en circunstancias desfavorables como él son el centro de gravedad de su ONG. El niño cogerá el trofeo con sus débiles manos. Ella se encargará de coger el diploma con dinero. Con la mano que tiene libre acariciará la cabeza del niño.

Por último, habrá un animado coloquio regado por el champán. A continuación informarán por micrófono que el reputado chef Ferran Adriá ha preparado una serie de exclusivos bocados para todo el público bien estante. Es entonces cuando el niño le hará saber a la presidenta que tiene ganas de orinar. Los dos se dirigirán al lavabo cogidos de la mano y con una sonrisa pública en la boca, sin saber qué decirse ni necesitando saberlo. Cada uno entrará por la puerta de su respectivo sexo y ahí dentro, en los servicios, la presidenta se olerá los dedos, hará una mueca de asco y empezará a lavarse las manos neuróticamente. Y el niño, y remarco que esto último resulta aún más triste, hará exactamente lo mismo.

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